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dic 22

Trabajo y Unión, fundamentos de la comunidad personalista vasca. Grupo Noticias. Joxan Rekondo

 

 

Trabajo y Unión, fundamentos de la Comunidad personalista vasca

 

1.La médula del movimiento cooperativo vasco se entra con la divisa de Trabajo y Unión, que Arizmendiarrieta identificaba con “la sana filosofía social personalista y comunitaria”. En efecto, puede decirse que la comunidad vasca a la que se aspira es una comunidad de base personalista. No puede haber comunidad donde se difumina la persona, si no se pueden singularizar las personas que operan en común para dar respuesta a sus necesidades primordiales. En este sentido, la provisión de “lo material debe ser inseparable de lo espiritual” [JMA]. Por su propia naturaleza, la persona es sujeto ya la vez es finalidad. Esta cultura comunitaria le asigna la función de desplegar todas sus potencialidades para ejercer como sujeto para el bien común. Bien común que no es un bien colectivo del que pueda disfrutarse al margen de la provisión de las necesidades propias de cada persona, sino que en su significado procura integrar las dimensiones individual y social de todo bien, atención o servicio que necesiten alcanzar las personas.

 

El punto de partida de esta concepción puede ser la noción barandiaranista del Gizabidea, desde el que puede desplegarse toda una sociología moral. La dimensión universal que se reconoce en la persona se acredita en la projimidad. El Gizabidea -camino o experiencia de humanización- se articula a partir de la pregunta del sentido ('zertarako?') de la vida humana, como vía abierta a recorrer incesantemente, como una búsqueda inacabable. Un 'paraqué' al que las diferentes civilizaciones que se han sucedido entre nosotros han dado una respuesta diversa, y ha evitado el endiosamiento del individuo humano. “Ez gara gure baitan - No dependemos de nosotros mismos”, es la conocida sentencia ética de José Miguel Barandiaran. En ese punto, se hace perfectamente viable la convergencia entre gentes diversas, de credos e idearios diferentes, que buscan sacar al humanismo de la peligrosa deriva hacia el extremo individualismo que se ha puesto de moda.

 

De ahí que el Gizabidea se identifica con el deber, el compromiso y la responsabilidad con todos los integrantes del orden natural del que formamos parte. Más específicamente, el ser humano se encuentra ubicado en medio de un denso tejido de relaciones recíprocas en el que recibe y devuelve ('harremanak') bienes y atenciones.

 

Este es un fundamento sólido para una cultura del cuidado, una de las más actuales demandas de la sociedad vasca. El sujeto humano debe ser cuidador a la vez que es objeto de cuidados. Posición que se corresponde con la doble condición en la que se encuentra: de responsabilidad y de necesidad. Es imposible librarse de esa ambivalencia.

 

El comunitarismo vasco se ha sostenido sobre la base de la casa solar y la vecindad. Los antiguos aforismos dejan constancia del espíritu del que hablamos. El ‘zu etxerako’ de la transmisión de la herencia apela a la responsabilidad ante el cuidado de la comunidad doméstica, en referencia al grupo humano y su entorno. El ‘su bako etxea, gorputz odol gabea’ revela el valor simbólico del fuego encendido del hogar: la energía vital de la casa, la calidez relacional y el cuidado entre sus miembros, la transmisión intergeneracional… El ‘Auzo ona, adiskide ona’ proyecta un ideal de vecindad exigente, que apunta hacia una comunidad en la que se viva una relación de amistad fraterna.

 

La comunidad exige una “vinculación espontánea y honda” entre sus componentes, que no puede producirse sin “el juego de resortes humanos entrañables” con los aglutinantes de conocerse, ayudarse y colaborar mutuamente, como apostillaría Arizmendiarrieta.

 

Cuando hablamos de comunitarismo vasco también nos referimos a la tradición cooperativa de nuestra sociedad. A la cooperación inherente a las vecindades, la experiencia histórica nos ha legado un asociacionismo horizontal muy extendido, no ceñido necesariamente a un ámbito territorial definido, que se compone de uniones de diverso tipo en los que sus miembros pueden participar como iguales en la administración de sus asuntos comunes y también ayudarse mutuamente.

 

2.La cultura del cuidado es una cultura de la acción positiva y del trabajo solidario. Trabajo y solidaridad son la misma cosa, es imposible ejercitar la solidaridad sin trabajo.

 

De ahí proviene el atractivo y la resonancia del emblema ‘Trabajo y Unión’, de los términos ‘Auzo’ (Unión solidaria, Comunidad) y ‘Lan’ (Trabajo, acción transformadora), que Arizmendiarrieta veía tan arraigados en la idiosincrasia vasca.

 

Nuestra solera tradicional se compone de un “alto potencial de trabajo, con fuerte sentido asociativo, con el no pequeño sentido común y práctico… y con una fecunda riqueza de pequeñas y grandes instituciones comunitarias con los objetos sociales más diversos” [JMA]. Una larga tradición asociativa de la que se desprenderían unos vínculos sociales sólidos y que, con las innovaciones impelidas por el avance social, sigue en vigor. Tengamos en cuenta, a la vez, que una cultura comunitaria no puede constituirse sin un fuerte vínculo solidario entre generaciones. La comunidad de cuidados es también una cadena temporal. Sin olvidar que una cultura que rechaza reconocer lo que se adeuda a las generaciones que nos preceden, vive en un presentismo que le impide ver la necesidad de obligarse con las futuras. Son parámetros que contribuirán a dar solidez a las bases que sostienen el anhelo de nuestra pertenencia común –“kidetasun miña” [JMA]. No cabe duda que, hoy más que nunca, necesitamos atender y reforzar todas estas características si queremos conservar un tejido social denso que sea capaz de afianzar una posición resiliente que nos permita salvar, sin retroceso en nuestra condición moral colectiva, los desafíos y amenazas de Todo orden que afrontamos.

 

“Apoyémonos cada uno en lo que podemos hacer”, culminaría Arizmendiarrieta, pensando de nuevo en la potencialidad inherente al ser humano libre. Esta es una concepción de plena actualidad. Estaríamos hablando de la persona que actúa con libertad, una libertad que le encamina a comprometerse, y no a abstenerse. Salta a la vista la diferencia respecto al individuo que aspira a una libertad que le proporcione la opción de desconectarse respecto a las obligaciones sociales o del que está disuelto en la colectividad de la masa. El sujeto libre que impulsa el desarrollo humano es el primero de ellos, ni el segundo ni el tercero. En Arizmendiarrieta también se podía observar un empeño constante en que cada persona lograra para sí la máxima realización humana posible. Por esa vía, en definitiva, esa aspiración de progresión humana individual solo completar podríase con su imbricación en las demandas de su comunidad, transformándose mientras transforma su entorno, en una interrelación indisoluble.

 

 

Joxan Rekondo
Miembro de AKF (Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa)

 

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