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Leí alguna vez, no recuerdo dónde ni cuándo, que alguien, tampoco recuerdo quién, marcó el asesinato de John Lennon como el inicio de la generación Y en Estados Unidos. En estas latitudes, al sur de Finlandia, podríamos marcar el 23-F como nuestro mugarri temporal (aunque hay quien proponga el gol de Zamora en el Molinón como climax sin parangón de aquel año).
En tanto y en cuanto seguí las vicisitudes de aquellos días desde el vientre de mi querida madre, podemos afirmar que el presente artículo está firmado por un millennial.
Nuestra generación llegó a la mayoría de edad bajo el halo dela EFQM, surfeamos la ola de la innovación (entre mareas de crisis) y nos plantamos en la era pospandemia con un máster en entornos VUCA. En un mundo de metodologías ágiles e inteligencias artificiales, trabajamos en organizaciones en busca de su sentido. Comenzamos de la mano de Drucker y Deming, crecimos a la sombra de Porter y Senge, y seguimos el camino con McNulty y Laloux.
Mientras, nos llegaban los ecos de las enseñanzas de Don Jose María Arizmendiarreta: “El mundo no se nos ha dado para contemplarlo, sino para transformarlo” (Pensamiento n.º 235).Y es así como hemos trabajado, planificando, evaluando, midiendo. Aurrera, beti aurrera!, era el zurrumurru que oíamos si nos permitíamos parar. Nos convertimos en el paradigma de hombre de acción (daba igual nuestro género, en este caso todo era masculino). Siempre volcados en la transformación, la competitividad, el crecimiento…
Y nos olvidamos, que, para transformar, primero, tal y como también hacia el propio Arizmendiarreta, había que contemplar.
En 1963, Don Jose María, el hijo de Tomasa, escribía lo siguiente:
“Metidos de lleno en el mundo revolucionario en todos los aspectos; girando a una velocidad vertiginosa en un verdadero torbellino de ideas, acontecimientos, descubrimientos e impresiones que se van sucediendo unas a otras, sin tiempo siquiera de digerirlas de mala manera, los hombres de nuestro mundo no tenemos tiempo, no podemos materialmente ponernos a pensar… Sin embargo, querido amigo, es preciso pensar y el pensar es vital, fundamental para el hombre.”
Pero nos hemos olvidado cómo, no sabemos dónde. Nuestro mundo se acelera, no para. Incluso nuestros montes se han llenado de gente que corre. ¿Dónde queda la pausa? ¿Dónde la contemplación?
Nos lo rapea Kase O, poeta de nuestra generación, en su canción con Ara Malikian. “Nací en el 80. Vi los 90 pasar como un tranvía hacia el futuro y el futuro era un muro. Pienso: ¿por qué ya no hay momentos de tranquilidad? Dime, ¿cómo hemos llegado a esto?”
En la edición de “Semblanza espiritual de Arizmendiarreta” publicado este mismo año por la Fundación que lleva su nombre, encontramos, además del hombre de acción que tantas veces se nos ha mostrado, al hombre de contemplación. “Oración, oración, oración. Seré en primer lugar un hombre de Oración” (pág.39).
Y he aquí, que, en la búsqueda de este aspecto contemplativo de la vida, buscando contemplar para completar, se cruza en nuestro camino Franz Jalic. No hay escuela de negocios que nos enseñe nada de él, pero es a través del camino que nos muestra en sus ejercicios de contemplación como llegamos a sitios desconocidos. Algunos tan ignotos como el conocimiento de uno mismo.
“Una persona contemplativa generalmente es más activa y efectiva que una no contemplativa, porque lleva las mismas actividades y responsabilidades con mucho más sosiego y facilidad. La cansan mucho menos.” (Ejercicios de contemplación, p.14.)
Jalic, el hijo de Isabella, nació en Hungría a principios del siglo XX. Su vida estuvo marcada por muchas experiencias, destacando su secuestro por parte de la Dictadura argentina cuando trabajaba en una mísera villa porteña. Cinco meses de secuestro y torturas que fueron el germen de sus ejercicios. Ejercicios, por otro lado, de clara inspiración ignaciana (no vayamos a deslumbrarnos por las luces de Budapest, obviando las de Loiola).
Y así, mediante el featuring de Jalic, llegamos a contemplar la cara menos visible de Arizmendiarreta. Aquella que, como Xabier Retegi subraya en la mencionada Semblanza Espiritual, nos empuja a “… Enfrentarse a la búsqueda última de la Verdad que dé coherencia a la Vida, a través de un trayecto personal de búsqueda…”. Aquella sin la cual, nunca hubiésemos visto al gran de hombre de acción. Porque no se nos ha dado el mundo (sólo) para contemplarlo, sino para transformarlo.
Manu Egaña Txopitea
Licenciado Psicología por la UPV-EHU.MBA Executive por la MU. Miembro de la Fundación Arizmendiarrieta
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DON JOSE Mº ARIZMENDIARRIETA
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